Me despierto en la playa, de madrugada, buscando algún rasgo en el cielo de su despertar, pero el negrísimo azul no encuentra color entre las nubes violetas. La furia de los despertadores todavía dormía bajo los graneros y el viento parecía detenerse con cada oleada. Respiro. Respiro mientras pienso si sentarme o caminar, pero mi respiración se apodera de todo y me entretiene en mi indecisión. El mañana se convierte en ahora y las nubes mantienen su incoloro resplandor ante mis pupilas, que indefensas afrontan el color de lo que ven sin infundir ni una mezcla de imaginación. Sin colores ni aire pierdo el control y escucho la sonora inundación de las olas en descanso; el silencio también invade mis sentidos y esa música desaparece entre las cenizas de los muertos.
Espero estar vivo. Estaría bien estarlo. Mejor que muerto, ¿no?, ¿no?.
No. No. No lo sé ni creo que lo sabré nunca.
El conocimiento y el sentido separados por la muerte. Todo me conduce a la nada. Nada me convence ni en mi propia pérdida, pero recuerdo que estaba en una playa y recuerdo que estoy en esa playa, o lo estaré. Y que no distinguía, pero sentía. El tacto de la arena surgía entre mis dedos como la magia entre el espectador feliz, serena y llena de fuerza. Algo me llegaba, incluso esa fuerza del viento que antes no llegaba a mis oídos, ahora tiembla en mí y me convierte en débil, pero vivo. ¿Será mejor que nada?
Me debilito ante la felicidad del frío que me invade. La arena se moja de vida y mis piés sienten el oleaje como si la luna en primera persona hubiése bajado a explicarle el sudor del agua fría que por allí dejó de correr milenios atrás. O eso parecieron entender ellos, que saltaron hacia mí con deseo de dar ese paseo lunar por una playa desierta de sentidos pero llena de emociones.
O no entiendo nada o será que a pesar de los puntos suspensivos...vivo.
Espero estar vivo. Estaría bien estarlo. Mejor que muerto, ¿no?, ¿no?.
No. No. No lo sé ni creo que lo sabré nunca.
El conocimiento y el sentido separados por la muerte. Todo me conduce a la nada. Nada me convence ni en mi propia pérdida, pero recuerdo que estaba en una playa y recuerdo que estoy en esa playa, o lo estaré. Y que no distinguía, pero sentía. El tacto de la arena surgía entre mis dedos como la magia entre el espectador feliz, serena y llena de fuerza. Algo me llegaba, incluso esa fuerza del viento que antes no llegaba a mis oídos, ahora tiembla en mí y me convierte en débil, pero vivo. ¿Será mejor que nada?
Me debilito ante la felicidad del frío que me invade. La arena se moja de vida y mis piés sienten el oleaje como si la luna en primera persona hubiése bajado a explicarle el sudor del agua fría que por allí dejó de correr milenios atrás. O eso parecieron entender ellos, que saltaron hacia mí con deseo de dar ese paseo lunar por una playa desierta de sentidos pero llena de emociones.
O no entiendo nada o será que a pesar de los puntos suspensivos...vivo.