lunes, 1 de noviembre de 2010

Piano incrustado entre neuronas

No, nunca. Es la respuesta que tras viajar en círculos cerrados, me da la neurona bien cuidada.

Sí, siempre. Intuyes la felicidad y olvidas lo demás por un ente concreto. Sonreir en el instante.

En casa siempre gana el No, nunca. Pienso, vivo, miro las estrellas incoloras por la ventana y pienso que me encantaría evitar que alguien me quite todo eso.

¿Por qué nunca?

¿Por qué no?

A veces mirarse el ombligo es lo más cómodo, pero mis principios me lo impiden.



Una frase me tortura la cabeza. Una locura sin sentido que me hace desgranar millones y millones de significados estúpidos detrás de una conclusión. ¿Por qué lo hizo? ¿de dónde llegó esa idea?

Alejo la maldad con sonrisas de la gente que me rodea, pero a veces no sabes controlarlo y terminas absorbido.

Si me alejo, entiende que veo en ti ese reflejo de agua turbia que necesito cambiar por mi propio bien. Vi el veneno. Me arriesgo a salir mal parado. No es la primera vez. Ni que lo intento, ni que me regalo mensajes crípticos que ni yo mismo recordaré mañana.

El puto piano se ha incrustado en mi cabeza. Que suene otra canción.

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