Enfoco, desenfoco. A veces veo blanco, negro...grises incoloros. El blanco lo veo claro, veo el cielo, redondo ante sus nubes, lleno de claridad, de mar, de sueños sin final, eterno paraiso sin respuesta. No sé cómo comprenderme a mí mismo. El blanco es felicidad, pero todavía tiene que esperar a pesar de los buenos momentos que sigue teniendo mi día a día. Es el futuro, frágil, inesperado, el sentir esa mirada por primera vez, el saber que estás en algún sitio escondida sin saber que te voy a encontar, eres tú sin saber que lo eres. Me daré cuenta, te avisaré, lo notarás, pero ahora sigue siendo negro.
Mis hemisferios no se ponen de acuerdo para controlar los malos momentos y mi mundo se agrava, se empequeñece hasta hacerme expugnable. Ahora no puedo sentirme a mí mismo, me angustio, me siento morir, me quiero perder en un laberinto del que no pueda salir...aun queriendo salir antes de entrar. Pero entraré, porque soy un cabezón, porque me escondo, porque se que nadie me buscará y porque no tengo la fuerza para dar el paso adelante y hacer como que no pasa nada.
Cambiaré, mejoraré, empeoraré, destrozaré momentos inolvidables, pero salvaré mi mundo. Ese universo creado en mi cabeza y que me sigue diciendo que necesito ser yo. Lo he sido, he dejado de serlo y quiero sentirme vivo.
Así que todo acaba en la reencarnación a los 21 años...yo diría que a partir de los 22, de una tarta, un cumpleaños, de un viaje, de unos amigos, de esa mirada, de mis propios ojos en el espejo sintiendo que están solos.
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