Me desperté en la madrugada de ayer con un secreto entre espasmos y sudores. Acababa de tener un sueño y lo recordaba todo. Las imágenes se perpetraban en mi cabeza sin que yo hiciera ningún esfuerzo por recordarlas. Un secreto más que contar antes de que se me olvide.
Hablas de espítirus y tiemblas; piensas en playas y te imaginas una llena de aromas imposibles; escribes una mañana sobre espejos y te terminas viendo en un sueño frente a uno, otra vez.
Me vi a mí mismo esconderme bajo las sábanas de una cama que desconocía. Mi cabeza imaginaba los ángulos muertos de la habitación para dejar de pensar en esos labios que se acercaban imprecisos a su destino. Mi cabeza me pedía un poco más de sentido, pero las fuerzas se desgastaban con la luz del día.
Por suerte era de noche.
El humano intentaba dormir pensando en una frase. "Al acostarme, si pienso en algo, terminaré soñando con ello". Y así fue. Al instante, no más de veinte segundos, el individuo cayó profundamente de costado dejando de lado las sábanas a las que antes se había aferrado con fervor.
La primera imagen fue un espejo. El primer encuentro con un espejo siempre es sorprendente y he de decir, que en el caso de los sueños, cada uno de esos instantes puede serlo.
¿Por qué? (No intentes entenderlo, lo he soñado yo y aun así no lo hago)
No había nada. Yo estaba allí, quizás con un ambiente incorporeo por aquello de estar soñando, pero allí frente a mi otro yo sin reflejo. El espejo no me reconocía, pero actuó como si se hubiera concentrado en mis recuerdos para descomponerme mi vida en imágenes.
La banda sonora de Madeleine Peiroux me hizo temblar sobre mis propios pasos como persona. Visualicé momentos que ni siquiera sabía que mi memoria retenía, uno detrás de otro. Mi niñez, anécdotas familiares, avioncitos, trenes, amigos, compañeros de clase, historietas, momentos inolvidables, besos, viajes, lágrimas, la realidad.
La última imagen se apareció ante mí entrelazándose con mi propia cara sollozando ante ese mismo espejo que me devolvía a la realidad de un sueño. Ahora sí podía verme sollozando como un enano que no quería recibir esa última cucharada.
Una sombra apareció ante mí con una amplia sonrisa de oreja a oreja. Lo único que observé fueron sus labios y sus ojos rasgados coloreados frente al blanco y negro de su figura. Cogí su mano y entendí que todavía, no pudiera verla a ella en el espejo por mucho que la buscara, así que decidí dejar de observar entre realidades paralelas y la seguí sin entender nada.
En ese momento dejé encajada la puerta de aquel espejo y volví a cerrar los ojos para caminar.
En el sueño no sientes, no entiendes, pero despertarte y verlo todo, hace que le des diez mil vueltas a cada segundo vivido. Quizás reflexionar sobre sueños sea estúpido, quizás, ese sueño haya cambiado mi vida.
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